domingo, 13 de septiembre de 2015

El origen de la mentira está más allá: la soledad del mentiroso.

El origen de la mentira está más allá: la soledad del mentiroso.

Si en el plano educativo queremos abordar las cusas reales de la mentira, hay que analizar el comportamiento que requiere la mentira en su mismo origen, es decir, a nivel de la comunicación entre dos personas, y considerar que mentir, antes que ser “no decir algo VERDADERO a alguien”, es “DECIR algo a alguien”, poco importa que esta cosa sea cierta o falsa. La situación de mentira debe volver a situarse en una posición de comunicación o más exactamente, de no-comunicación entre dos personas.

La mentira nace del aislamiento afectivo o intelectual, sentido o real, del mentiroso, ya que la mentira depende de las dos personas que se relacionan, tanto de la que expresa como de la que recibe la información. De ese modo, el niño puede decir algo que será una mentira sólo para el adulto, cuando en realidad lo que dice es mentira sólo para el adulto; el niño, afectiva e intelectualmente, no podía decir otra cosa.

La mentira es la falsificación de los datos de la comunicación, bien porque esté o se crea aislado afectiva o intelectualmente, bien porque “quiere” aislarse afectivamente. Ahora bien, si uno trata de aislarse afectivamente es porque se juzga, de manera consciente o no, que los demás son incapaces o indignos de comprender nuestra situación. Puede haber, pues, situaciones de mentira distintas a las verbales. Efectivamente, es posible comunicarse con otro por otro medio que la palabra y hacerse entender con mímica, gestos, miradas, actitudes, lo que se puede percibir. Incluso, la psiquiatría tiende a considerar algunas alteraciones patológicas, algunas enfermedades psicosomáticas como formas sutiles de la mentira en sí misma: el sujeto utiliza un lenguaje inadecuado, el síntoma, para comunicarse con el otro. Así existen personas que no pueden recobrarse del todo de determinadas enfermedades ya que, en esa situación de “enfermos”, obtienen más ventajas afectivas que en su situación normal; les prestan más cuidados. Por consiguiente, les resulta difícil pasar de este estadio, en que tienen la impresión de que les quieren más, al estadio de la curación en el que volverán a ser autónomos, sencillamente porque, inconscientemente, no pueden admitir que necesitan el amor de los demás: así, pues mantienen sus síntomas.

De este modo, se comprende porqué las reacciones de los educadores, tanto si son padres como maestros, son a menudo tan poco eficaces frente a la mentira. Obedecen al mismo mecanismo que la propia mentira. Son, como ella, clasificadas entre las conductas llamadas elusivas, que tratan de suprimir un obstáculo negándolo. Ahora bien, existen diversas maneras de negar un obstáculo: suprimirlo, ignorarlo, despreciarlo; en una palabra, evitar toda confrontación con él.

Al despreciar al mentiroso, por ejemplo, se le refuerza en la idea de su aislamiento, probándole manu militari que cambiar es cuestión suya, ni nuestra, y de ese modo se le obliga a continuar en su aislamiento, entre otras cosas mediante la mentira, puesto que él se considera incomprendido. ¡Lo contrario de lo que se trataba de conseguir!

El estudio de la mentira en el niño va, pues, a delimitar los problemas psicológicos de la comunicación, problemas que se refieren conjuntamente:
  • A la funciones propias del lenguaje;
  • A la psicología infantil:
  • A la situación dual de la mentira.




Fuente: Gérard Broyer, “¿Por qué mienten los niños? Editorial Planeta. Pp. 21-24.



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