La sombra del Gurú Iluminado
Por:
Georg Feuerstein.
En
El Loto y el Robot, Arthur Koestler relata un incidente que presenció
mientras se hallaba sentado a los pies de la gurú Anandamayi Ma,
venerada por decenas de miles de hindúes como una encarnación de la Divinidad.
Una
anciana se acercó a la tarima en que se hallaba la maestra y le pidió que
intercediera por su hijo, desaparecido en una reciente refriega fronteriza. La
santa, sin embargo, la ignoró por completo. Cuando la mujer se puso histérica,
Anandamayi Ma hizo un gesto displicente a sus acólitos quienes la echaron de la
sala sin mayores contemplaciones.
Koestler
quedó estupefacto por la indiferencia mostrada por Anandamayi Ma hacia el
sufrimiento de la mujer y llegó a la conclusión de que, por lo menos en ese
momento, la santa no había mostrado el menor atisbo de compasión. Quedó
perplejo ante el hecho de que un ser supuestamente iluminado cuyas acciones,
según se dice, proceden espontáneamente de la plenitud de Dios, se comportara
de un modo tan grosero y cruel. Este episodio, sin embargo, ilustra claramente
el hecho de que seres supuestamente «perfectos» puedan actuar de un modo que
parece contradecir la imagen idealizada que de ellos tienen sus seguidores.
Hay
maestros «perfectos» que destacan por sus ataques de ira y otros por su
autoritarismo. Recientemente, muchos supergurús supuestamente célibes han
encabezado los titulares de los periódicos por haber mantenido relaciones
clandestinas con sus discípulas. Debemos tener en cuenta que los genios
espirituales -santos, sabios y místicos- no son inmunes a las neurosis ni tampoco
a sufrir experiencias que tienen mucho de psicóticas. Es más, individuos
supuestamente iluminados pueden, en ocasiones, presentar rasgos que la opinión
consensual calificaría de execrables.
Cuando
revisamos las biografías y autobiografías de adeptos pasados o presentes
descubrimos que la personalidad de los seres iluminados y de los grandes
místicos permanece substancialmente intacta. Cada uno de ellos manifiesta
características psicológicas muy concretas que han sido determinadas por su
dotación genética y por su biografía personal. Hay maestros predispuestos a la
pasividad y hay otros que son extraordinariamente dinámicos, los hay amables y
hay otros que son muy desagradables, algunos no tienen el menor interés en el
aprendizaje, mientras otros, en cambio, son grandes eruditos. Al margen de sus particularidades
psicológicas, sin embargo, todos ellos comparten el hecho de que ya no están
identificados con los complejos de su personalidad y viven arraigados en el Yo.
No obstante, aunque la iluminación estribe en la trascendencia de los hábitos
egoicos no supone, sin embargo, la aniquilación de la personalidad ya
que, en tal caso, sería justificado equipararla con la psicosis.
El
hecho de que la iluminación no modifique la estructura fundamental de la
personalidad suscita la importante cuestión de si ocurre lo mismo con aquellos
rasgos que pueden ser calificados de neuróticos.
Personalmente
creo que sí. El objetivo de los verdaderos maestros -caso de que existan- debe
ser la comunicación de la Realidad trascendente. Su conducta siempre será, en
lo que respecta al mundo externo, un asunto de estilo personal.
Por
supuesto, los devotos siempre creen que su idealiza do gurú está libre de
ilusiones y que sus aparentes particularidades cumplen con alguna función
didáctica. No obstante, un mínimo de reflexión basta para demostrarnos que esta
opinión no es más que una fantasía y una proyección.
Hay
maestros que dicen que su conducta refleja el estado psicológico de las personas
que les rodean y que sus curiosos arrebatos de cólera son el simple reflejo de
sus acólitos. Quizás ocurra que los maestros iluminados son como cama leones.
En cualquiera de los casos, sin embargo, su conducta sigue ajustándose a pautas
personales. Hay maestros que se sientan sobre un montón de basura, consumen
carne humana (como el maestro tántrico Vimalananda) o meditan sobre cadáveres,
pero se trata, en estos casos, de personalidades que difícilmente considerarían
siquiera la posibilidad de desarrollar su intelecto o de aprender música como vehículo
de transmisión de su enseñanza.
La
personalidad del adepto está, con toda seguridad, más orientada hacia la trascendencia
del ego que hacia su propia satisfacción personal. No obstante, este no es el
camino típico de la autorrealización (entendida en sentido más
restringido que el de Maslow como el impulso hacia la actualización de la
totalidad psicológica basada en la integración de la sombra). En términos
junguianos la sombra es el aspecto oscuro de la personalidad, el conjunto de
sus contenidos reprimidos. La sombra individual está indisolublemente ligada a la
sombra colectiva. Esta integración, por otra parte, no tiene lugar de una vez
por todas sino que es un proceso que se desarrolla a lo largo de toda la vida y
que puede ocurrir antes o después de la iluminación.
Pero
la estructura de la personalidad tiene una relativa estabilidad y, por consiguiente,
si la integración no constituye un programa consciente de la personalidad del
sujeto preiluminado es improbable que forme parte de su personalidad después de
alcanzar la iluminación.
Ciertos
adeptos contemporáneos afirman que durante la iluminación la sombra se ve
inundada por la luz de la supraconciencia y que el ser iluminado carece de
sombra. Pero esta afirmación es difícil de aceptar cuando se refiere a una
personalidad condicionada. La sombra es el producto de un número cuasi infinito
de permutaciones de procesos inconscientes esenciales para la vida humana tal
como la conocemos. Por consiguiente, mientras haya vida seguirán existiendo
contenidos inconscientes ya que es sencillamente imposible ser conscientes de
todo.
La
desidentificación del ego que tiene lugar durante la iluminación no concluye
definitivamente el proceso atencional sino que tan sólo pone fin al anclaje de
la atención al ego. Por lo demás, el ser iluminado sigue pensando y sintiendo,
lo cual deja inevitablemente un residuo inconsciente aún en el caso de que no
exista el menor apego interno a estos procesos. La única diferencia es que este
residuo no se experimenta como un obstáculo para la trascendencia del ego
porque para el iluminado éste es un proceso continuo.
Hay
quienes han intentado resolver este problema admitiendo que, aún después de que
el individuo despierte a la Realidad universal, existe una especie de ego
fantasmal, un vestigio central de la personalidad. Pero si aceptamos este
supuesto quizás deberíamos admitir la existencia de una sombra fantasma, un
vestigio de sombra, que permite al iluminado funcionar en la dimensión
condicionada de la realidad. Si en el individuo no iluminado, ego y sombra van
juntos podemos postular que tras la iluminación también tiene lugar una polarización
análoga entre el ego fantasmal y su correspondiente sombra.
Pero
aún en el caso de que aceptáramos que la iluminación disipa todo tipo de
sombras, deberíamos preguntarnos seriamente si este concepto de iluminación se
corresponde con el de integración, el fundamento de una transformación de orden
superior. Esto supondría la existencia de un cambio intencional hacia la totalidad
psicológica fácilmente observable por los demás. Sin embargo, en la biografía
de algunos adeptos contemporáneos que pretenden estar iluminados no vemos
evidencias claras de que esa integración haya tenido lugar. Uno de los
principales indicadores al respecto sería la manifiesta disposición no sólo a
servir como espejo para sus discípulos sino también para que éstos le sirvan de
espejo para su propio crecimiento.
No
obstante, este tipo de actitud requiere una apertura normalmente incompatible
con el autoritarismo tan frecuentemente adoptado por la mayor parte de los
gurús.
Los
caminos espirituales tradicionales suelen basarse en el ideal vertical de la
liberación de los condicionamientos del cuerpo y de la mente y, por
consiguiente, se orientan hacia el supuesto bien último, el Ser trascendente.
Sin embargo, esta orientación unidireccional desequilibra al psiquismo humano minimizando
sus asuntos personales y considerando que sus estructuras, en lugar de ser
transformadas, deben ser trascendidas lo más rápidamente posible. Obviamente,
toda autotrascendencia implica un cierto grado de autotransformación, lo cual
no suele implicar lamentablemente el esfuerzo sostenido y armónico de trabajar con
la sombra y lograr la integración psíquica. Esto podría explicar por qué existen
tantos adeptos excéntricos y autoritarios con una personalidad tan poco
ajustada a la sociedad.
La
integración, a diferencia de la trascendencia, tiene lugar en el plano horizontal,
extendiendo el ideal de totalidad a los condicionamientos de la personalidad y
a sus vínculos sociales. Sin embargo, la integración sólo tiene sentido cuando
consideramos que la personalidad y el mundo condicionado son manifestaciones de
la Realidad última y no su opuesto irreductible.
Después
de haber descubierto a la Divinidad en las profundidades de su propia alma, la
principal obligación y responsabilidad del adepto es descubrirla en todas las
manifestaciones de la vida. Dicho de otro modo, después de beber en el
manantial de la vida el adepto debe completar su obra espiritual y practicar la
compasión sobre la base del reconocimiento de que todo participa de lo Divino.
Lectura Extraída del libro: “Encuentro con la sombra. El
poder del lado oculto de la naturaleza humana”. Connie Zweig.