El sentido de la separación
En
la actualidad, los problemas de pareja se presentan con una frecuencia cada vez
mayor. El amor que en el mejor de los casos motivó a la pareja a compartirse
juntos, se va diluyendo entre la multitud de cosas que atender, entre la
infinidad de metas que cumplir, entre todos los aspectos que empiezan a tener
prioridad antes que la pareja, que en ese momento, después de la boda, ya se
considera segura.
Y
de esta manera vamos perdiéndonos de ese camino que originalmente se trazó con
el propósito común de “estar juntos”, de construir una familia, de echar a
volar los sueños personales que parecían poderse cristalizar al lado del otro.
A
esto no se puede dejar de sumar los estragos que la cotidianidad empieza a
hacer en la relación, los desencantos que se aparecen como piedras en el camino
al cielo, y las “realidades” que se presentan como partes indeseables del
paisaje que no teníamos contempladas en nuestros planes.
El
asunto es que, poco a poco, en una u otra medida, la tendencia generalizada es
que vamos perdiendo el encanto en la relación, y pocas veces encontramos las
formas de recuperar el sentido de estar ahí. Para cada vez más personas, la
solución de la separación aparece como una puerta de salida ante la
infelicidad, que llega a vivir a la casa sin ser invitada. Para otros, el
panorama de afuera parece ser más aterrador, por lo que deciden permanecer
adentro pese al costo que esto tenga. Para los menos, emprenden la búsqueda
férrea de encontrar nuevas formas llegar a la ciudad perdida, sabiendo que en
la travesía encontrarán muchos obstáculos que vencer, mucho retos que sortear,
y que la condición indispensable para poderlo lograr, es que el viaje lo
emprendan juntos, con amor, valor y arrojo, sostenidos en el corcel de su
propio crecimiento personal. De otra manera el acceso a ese lugar es imposible.
De
una u otra manera, las relaciones empiezan a entrar en crisis, algunas de ellas
terminan en separación y otras se convierten en un via crusis interminable del
cual las personas no saben cómo o no quieren salir.
Todos
estos conflictos afectan a todos y cada de los miembros de la familia, no sólo
a los cónyugues. Todos van en el mismo barco, y si el barco se hunde, todos se
mojan.
Es
cierto que no hay nadie que conscientemente busque estas situaciones de dolor
para sí mismo o para los que ama; muchos otros, son “empujados” a este lugar
sin su consentimiento. Sin embargo de una u otra manera son cada vez más las
parejas que llegan ahí, en el mejor de los casos, buscando una mejor situación
de vida cuando la que tenían ya parecía insostenible.
Es
en este momento cuando la “nada” aparece en escena. ¿Y ahora qué?, ¿Qué viene
después de esto?, ¿Qué sigue en mi vida cuando todo ya estaba escrito?.
Empiezan a surgir las preguntas más difíciles de responder, las que más duelen
en el alma porque no estaban incluidas en nuestra historia. Es cuando se hace
imprescindible el desarrollo de recursos que nos sostengan para no caer. Esas
partes que no habíamos cultivado o que habíamos guardado en el cajón porque “no
se habían hecho necesarias”. El valor, la fortaleza, el amor, el autorespeto,
la autoconfianza, la fe en uno mismo y en la vida, etc. Ahora, ante el nuevo
panorama, las tenemos que desempolvar o desarrollar.
El
dolor que se vive ante el duelo de una separación (principalmente cuando es
inesperada), es uno de los más fuertes en el ser humano. Tal como decía Victor
Frankl “El sentido ante el dolor no puede apreciarse mientras se vive”.
Sin
embargo esto no significa que una experiencia así, como una experiencia
importante en la vida, no tenga un sentido profundo. Indudablemente el proceso
de duelo conlleva una gran cantidad de cosas que aprender y a partir de las
cuales crecer. Es una importante oportunidad de aprender a valorar aspectos
relevantes de la vida que tal vez anteriormente a esto no eran apreciados. Las
adversidades de una separación, desde las emocionales hasta las económicas;
ofrecen el terreno propicio para desarrollar virtudes como la solidaridad, la
responsabilidad, la empatía, el apoyo, la tolerancia, etc. en el sentido
interpersonal; y la autoconfianza, el autoconocimiento, el autorespeto, el
automanejo, la autoestima, etc., en el sentido personal. Es decir, nos da la
posibilidad de desarrollar las diferentes caras del amor, hacia adentro y a
hacia afuera de nosotros mismos.
Por
supuesto el camino no es fácil, pero cuando es necesario, vale la pena
transitarlo como un viaje en sentido a algo mejor, apuntando la mirada a ese
destino, sin dejarse asustar y vencer por los contratiempos del camino. En todo
caso, la experiencia que acabamos de vivir es una oportunidad que nos da la
vida para ser mejores, aunque a veces sus formas no nos gusten. Lo importante
es situarnos en el presente, no volteando atrás más de lo necesario para
aprender y no convertirnos en estatuas de sal, sino más bien enfocándonos en la
planeación de la reconstrucción. Todos queremos algo hermoso para nosotros y
para los que amamos, y si no lo estamos pensando, debemos hacerlo, porque de
otra manera algo o alguien más tomarán nuestro timón, y en ese sentido no
podremos a quejarnos de llegar a donde no queríamos. La tormenta pasará,
mientras estemos bajo la lluvia solo basta cuidarnos lo necesario para estar lo
mejor posible y después podremos tomar nuevamente el sol.