Excusas
(-ante la responsabilidad-).
La
nuestra es una sociedad permisiva. Se ha puesto de moda culpar al pasado, al
medio ambiente y a debilidades genéticas y psicológicas, por cualquier falla o
conducta equivocada. Un estudiante violento es disculpado en nombre de las
condiciones desordenadas de su hogar; un alcohólico por su estructura genética,
y un golpeador de su esposa por su carácter agresivo. Ciertamente, el pasado no
puede cambiarse, ni genes, ni tendencias. Pero se puede controlar la forma como
vive uno dentro de esas condiciones. El estudiante violento debe darse cuenta
de que su responsabilidad no repetir la actitud de “todos contra todos” de sus
padres, en sus relaciones con los que lo rodean. El alcohólico debe ver que su
responsabilidad es no tomar esa primera bebida, que desatará su respuesta
genética al alcohol. El golpeador de su mujer debe comprender que si bien no es
responsable de sus impulsos agresivos, sí es de lo que hace con tales impulsos.
Cuando
el espíritu no está bloqueado, cuando los recursos del espíritu están al menos
ligeramente accesibles, el individuo se encuentra en capacidad de ejercitar su
voluntad de sentido a través de una selección responsable de alternativas. Nuestra
sociedad ha ido muy lejos en el sentido de disculpar la irresponsabilidad,
especialmente dentro de la familia. Los padres son responsables por los hijos
pequeños; los hijos mayores por los padres ancianos; las parejas, el uno del
otro.
Muchas
personas culpan a “los errores de los padres” de su propia infelicidad y mal
comportamiento. Elisabeth Lúkas habla del complejo de los “malos padres”, que
justifica a muchos adultos no asumir su responsabilidad ante sus dificultades. Escribe:
“Se culpa a los padres por haber sido sumamente estrictos, demasiado
autoritarios, muy indiferentes, bastante insoportables, excesivamente
protectores, extremadamente exigentes o democráticos, o inseguros, o
exageradamente inconscientes”. Difícilmente puede encontrarse comportamiento
paterno que no puede ser utilizado como excusa. Cuando los hijos empiezan a
culpar a sus padres, parecen sentirse relevados de una responsabilidad que en realidad
es de ellos mismos.
Fuente:
Joseph B. Fabry. “Señales del camino hacia el sentido”. Ediciones LAG.
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