El
origen de la mentira está más allá: la soledad del mentiroso.
Si en el plano educativo
queremos abordar las cusas reales de la mentira, hay que analizar el
comportamiento que requiere la mentira en su mismo origen, es decir, a nivel de la comunicación entre dos
personas, y considerar que mentir, antes que ser “no decir algo VERDADERO a
alguien”, es “DECIR algo a alguien”, poco importa que esta cosa sea cierta o
falsa. La situación de mentira debe
volver a situarse en una posición de comunicación o más exactamente, de
no-comunicación entre dos personas.
La mentira nace del
aislamiento afectivo o intelectual, sentido o real, del mentiroso, ya que la
mentira depende de las dos personas que se relacionan, tanto de la que expresa
como de la que recibe la información. De ese modo, el niño puede decir algo que
será una mentira sólo para el adulto, cuando en realidad lo que dice es mentira
sólo para el adulto; el niño, afectiva e intelectualmente, no podía decir otra
cosa.
La
mentira es la falsificación de los datos de la comunicación, bien porque esté o se crea aislado
afectiva o intelectualmente, bien porque “quiere” aislarse afectivamente. Ahora
bien, si uno trata de aislarse afectivamente es porque se juzga, de manera
consciente o no, que los demás son incapaces o indignos de comprender nuestra
situación. Puede haber, pues, situaciones de mentira distintas a las verbales. Efectivamente,
es posible comunicarse con otro por otro medio que la palabra y hacerse entender
con mímica, gestos, miradas, actitudes, lo que se puede percibir. Incluso, la
psiquiatría tiende a considerar algunas alteraciones patológicas, algunas
enfermedades psicosomáticas como formas sutiles de la mentira en sí misma: el sujeto utiliza un lenguaje inadecuado,
el síntoma, para comunicarse con el otro. Así existen personas que no
pueden recobrarse del todo de determinadas enfermedades ya que, en esa
situación de “enfermos”, obtienen más ventajas afectivas que en su situación
normal; les prestan más cuidados. Por consiguiente, les resulta difícil pasar
de este estadio, en que tienen la impresión de que les quieren más, al estadio
de la curación en el que volverán a ser autónomos, sencillamente porque,
inconscientemente, no pueden admitir que necesitan el amor de los demás: así,
pues mantienen sus síntomas.
De este modo, se
comprende porqué las reacciones de los educadores, tanto si son padres como
maestros, son a menudo tan poco eficaces frente a la mentira. Obedecen al mismo
mecanismo que la propia mentira. Son, como ella, clasificadas entre las
conductas llamadas elusivas, que tratan de suprimir un obstáculo negándolo. Ahora
bien, existen diversas maneras de negar
un obstáculo: suprimirlo, ignorarlo, despreciarlo; en una palabra, evitar toda
confrontación con él.
Al despreciar al
mentiroso, por ejemplo, se le refuerza en la idea de su aislamiento, probándole
manu militari que cambiar es cuestión
suya, ni nuestra, y de ese modo se le obliga a continuar en su aislamiento,
entre otras cosas mediante la mentira, puesto que él se considera
incomprendido. ¡Lo contrario de lo que se trataba de conseguir!
El estudio de la mentira
en el niño va, pues, a delimitar los problemas psicológicos de la comunicación,
problemas que se refieren conjuntamente:
- A la funciones propias del lenguaje;
- A la psicología infantil:
- A la situación dual de la mentira.
Fuente: Gérard Broyer, “¿Por qué mienten los
niños? Editorial Planeta. Pp. 21-24.
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