Primero debemos tener en cuenta que crear unos lazos
afectivos saludables con los hijos no sólo es cuestión de dedicar más tiempo
sino buscar la calidad en esas relaciones. Es decir, no basta con que estemos
cerca de ellos físicamente durante cierto tiempo sino que haya una relación
dual adecuada, de comunicación y expresión de sentimientos.
a)
Saber escuchar a nuestros hijos es la clave.
A muchos padres les parecerá trivial pequeñas anécdotas del
colegio u otras que el hijo puede explicar comparadas con sus propios
problemas. No obstante, puede que para ese hijo aquello tenga una importancia
que transcienda a la comprensión o valoración del propio padre. Los adultos
procesamos los problemas de forma diferente a los niños y nuestras claves de
interpretación son sustancialmente diferentes a las que ellos utilizan. Por
tanto ante cualquier demanda del niño debemos tener tiempo para escucharle.
Lo que nos importa como padres no es tanto solucionar el
“problema puntual” de nuestro hijo sino lanzarle un mensaje muy potente que
transciende al propio problema, a saber: “Tus padres están ahí para
escucharte y ayudarte en lo que necesites”.
Esta es la mejor base para que los niños crezcan
emocionalmente fuertes y reduzcamos los miedos y conductas desadaptadas a
partir del reforzamiento de su propia seguridad afectiva.
Cuando
el niño llega a la adolescencia los deberes ya deben estar hechos. Si
los procesos de vinculación se han establecido correctamente, los problemas
durante este período se minimizarán. El adolescente será capaz de verbalizar
sus emociones y sentimientos y buscar el consejo de los padres cuando lo
requiera. Hay que recordar al respecto que las figuras principales de vinculación
durante la adolescencia son los iguales (amigos, compañeros) y los padres pasan
a ser unos referentes secundarios en ese momento. No obstante, para los
adolescentes que han sido capaces de desarrollar un apego seguro con sus padres
seguirán necesitando su apoyo incondicional para ir superando los nuevos retos
de la etapa. Como padres deberemos estar en la retaguardia preparados para
escuchar y aconsejar cuando así se nos demande.
b)
La empatía parental
La capacidad de percibir los signos emocionales del niño por
las que manifiesta sus necesidades de atención afectiva y saberles dar la
respuesta adecuada por parte de los padres es lo que denominamos empatía
parental.
Uno
de los principales obstáculos para que los padres escuchen a sus hijos es que
dedican buena parte de su comunicación a reprenderles o a recordarles las
normas de conducta que se esperan de ellos. Es muy fácil marcar conductas y
diferenciar entre lo aceptable y lo inaceptable. Pero, si no sabemos
interpretarlos, si no somos capaces de leer en clave emocional muchas de estas
manifestaciones, es probable que no se sientan respetados ni comprendidos y,
por tanto, no solucionemos el problema. Ello es especialmente importante
durante la adolescencia.
c)
El concepto de Resilencia parental
La Resilencia es un concepto que hace referencia a la
capacidad de ciertas personas, también en los niños, para hacer frente a los
factores y circunstancias adversas que nos depara la vida.
Los sujetos con resilencia son capaces de seguir
construyendo su futuro de forma equilibrada y sana pese a las experiencias
difíciles, los traumas vividos y las carencias afectivas tempranas. Podríamos
decir que hay un cierto aprendizaje de las malas experiencias y un deseo que
impulsa a estas personas a construir estrategias alternativas para llegar a
funcionar mejor en todos los ámbitos, incluido el familiar, pese a las
circunstancias adversas.
La resilencia es, por tanto, una de las habilidades básicas
fundamentales deseables y esperables en los padres. No obstante, el desarrollo
de esta capacidad es posible tanto para los padres como para los hijos y de su
establecimiento en los más pequeños va a depender de la existencia de una
parentalidad sana, competente y que sirva de modelo adecuado.
Los padres resilientes tienen la capacidad de establecer un
vínculo afectivo (apego) a partir de procurar los necesarios cuidados tanto
físicos (comida, higiene, etc.) como afectivos (amor incondicional, tiempos
comunes, proximidad afectiva, etc.). No obstante, deben ser capaces,
paralelamente a estos cuidados básicos, de compartir con sus hijos la idea de
que el crecimiento y el desarrollo de todos los seres humanos y el de ellos, en
particular, pasa por una serie de desafíos que forman parte de la vida y que
algunos de ellos les provocarán dolor y frustración, pero que si confían en sus
propios recursos y el apoyo de los suyos, podrán salir adelante.
Estos
padres, en definitiva, tienen la capacidad de tomar el timón de sus vidas,
saben identificar y analizar las situaciones problemáticas que afectan a la
familia y tomar las decisiones oportunas con solicitud de ayuda si lo
consideran necesario. Esto no lo hacen tanto desde el desánimo sino como de la
voluntad e iniciativa de cambiar las cosas por el bien de toda la familia.
d)
Aprender a hablar de nuestros sentimientos y emociones
En los espacios comunes, cuando escuchemos y hablemos con
nuestros hijos, debemos ser capaces de introducir el factor emocional. Debemos
enseñarles a identificar sus emociones para que así puedan encauzarlas
debidamente. Para ello debemos atender a lo que hace cada día (ir al colegio,
de excursión, etc.), pero fundamentalmente a cómo se ha sentido en las diversas
situaciones (triste, alegre, enfadado, rabioso, etc.).
Enseñarles a hablar acerca de sus sentimientos supone un
buen recurso para construir una personalidad sana.
No
se trata de que los padres hagamos un interrogatorio exhaustivo cada día, sino
que seamos capaces de introducir estos elementos cuando se produzcan
situaciones que así lo aconsejan (por ejemplo: un día en el que llega del cole
llorando).
Un buen momento también para hablar de las emociones es
cuando nuestro hijo ha tenido algún berrinche o mala conducta en casa. En estos
casos es mejor dejar los “razonamientos” para más tarde cuando las cosas han
vuelto a la normalidad. Un buen momento puede ser por la noche justo antes de
acostarse. Entonces podemos analizar lo ocurrido y sacar las emociones de unos
y otros. Los padres pueden manifestar su tristeza y decepción por la conducta
de su hijo y éste explicará cómo se ha sentido antes y después de lo ocurrido.
Todo ello independientemente de la sanción o castigo que hayan determinado los
padres.
e)
Ser coherentes y predecibles
Los padres son los referentes y los modelos principales
hasta, al menos, la adolescencia. Construir lazos afectivos significa también
crear un entorno coherente y predecible. Si exigimos a nuestros hijos
comportamientos o actitudes que son contrarias a nuestra propia forma de
actuar, crearemos dudas y desorientación.
Es aconsejable que incluso cuando se dan conflictos serios
entre la pareja, seamos capaces de consensuar unas líneas educativas comunes de
actuación con ellos independientemente de nuestras diferencias como adultos.
En
caso de separaciones sabemos que uno de los peores peligros que tienen nuestros
hijos es el trato diferencial y la manipulación en contra del otro por parte de
algunas personas irresponsables o egoístas dado que anteponen sus propios
intereses a los del hijo en común.
f)
Fomentar los estilos democráticos
Este estilo educativo denominado "democrático" y
considerado como el óptimo, según algunos estudios, se caracteriza por que el
niño se siente amado y aceptado, pero también comprende la necesidad de las
reglas de conducta y las opiniones o creencias que sus padres consideran que
han de seguirse. Como padres debemos saber ser generosos pero, a la vez, es
imprescindible establecer límites claros a las conductas y demandas de nuestros
hijos. Si así no se hace, las demandas aumentarán y la percepción del niño será
de que tiene el control sobre nosotros y que sus solicitudes son derechos
reales a los que no tiene por qué renunciar.
Reforzar la vinculación y proporcionales afecto no significa
ceder a todas sus demandas.
g)
Incrementar los tiempos de ocio juntos
Dedicar más tiempo con los hijos es siempre una buena
elección pero deberemos también buscar una mejora en la calidad del mismo. De
nada nos servirá estar todo el día con nuestros hijos si ello no nos
proporciona espacios comunes de juego y comunicación. Los juegos familiares, la
lectura de cuentos a los más pequeños, el poder hablar de temas de su interés a
los adolescentes, etc. son actividades esenciales para potenciar los lazos
afectivos.
Es
también muy importante hablar sobre lo que sucede y nos preocupa en el día a
día. Actualmente la televisión, las nuevas tecnologías, etc.; nos roban
espacios comunes y se hace más difícil el intercambio de experiencias entre
padres e hijos. Hay que buscar o crear los espacios necesarios si no existen.
Para crear espacios de comunicación de forma estructurada
(cuando éstos no existen o son escasos) puede resultar útil introducir lo que
llamamos Diario Emocional. Se trata de una pequeña libreta
(escogida por el niño) donde va anotando las pequeñas incidencias del día (bajo
supervisión de los padres) y también lo más importante: las diferentes
emociones implicadas. Es un ejercicio de reconocimiento y trabajo sobre las
emociones que ayuda a los niños a expresar sus sentimientos y a los padres a
conocerlos para poder ayudarles más eficazmente y prevenir la aparición de
conductas no deseadas.
"El éxito como personas de nuestros hijos en un futuro no
dependerá de lo que les hemos podido dar materialmente, sino de la intensidad y
calidad de las relaciones afectivas que hemos sido capaces de construir con
ellos desde la infancia.”
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