Hemos ya comentado algunas de las situaciones de “riesgo”
que pueden poner en peligro la vinculación afectiva adecuada entre padres e
hijos. A ello tenemos que unir las actuales circunstancias sociales y, en
concreto, las nuevas realidades familiares. En los últimos años, la familia
tradicional ha ido dejando paso a nuevas formas de familia, cada una de ellas
con sus peculiaridades, pero con un rasgo en común: la necesidad de
fortalecer el trabajo de vinculación con los hijos ya que, para ellos, en
algunos casos, las nuevas formas pueden suponer un desajuste emocional.
En concreto exponemos tres situaciones que pueden cursar con
una necesidad primero de entender y luego de trabajar la vinculación con los
hijos.
a)
Los hijos adoptados.
En España, los procesos de adopción se han incrementado
exponencialmente. Sólo el 10% aproximadamente son de niños nacidos en España.
El resto provienen de países extranjeros, principalmente Rusia y China.
Estos
niños tienen la fortuna de ser recibidos por familias acogedoras con una alta
motivación por tener hijos y que suelen disponer de los recursos afectivos y
económicos para atenderlos. De lo que, frecuentemente, no disponen los padres
adoptivos es información concreta acerca de los síntomas y comportamientos que
son habituales en estos niños y la forma de ayudarlos.
Cada niño llega con su propia historia y vivencias
personales. Según la edad de adopción, puede haber pasado por diversas
instituciones, familias de acogida, etc. Todo ello suele suponer a edades
tempranas la imposibilidad de establecer una vinculación adecuada.
A pesar de que los padres adoptivos empezarán a cubrir esas
necesidades, las consecuencias de un apego o vinculación no establecida en su
momento, se manifestarán mediante conductas que suelen poner a prueba
constantemente el amor de sus padres y los lazos que tienen en común. Lo más
paradójico es que lo hacen mediante un proceso sutil de exigencias,
manipulaciones, mentiras e, incluso, utilizando comportamientos agresivos y
violentos hacia las personas que quieren. También, a veces, contra ellos
mismos. Estas conductas son resistentes a cambiar y los procedimientos
tradicionales (refuerzo, castigo, etc.) no acaban de funcionar dado que su
origen es básicamente de tipo emocional. Por tanto, su tratamiento requiere
también reforzar los lazos afectivos y la vinculación.
b)
Hijos ante la separación de los padres
Es otra de las situaciones habituales hoy en día y que
supone un factor de riesgo importante para la autoestima e integridad emocional
de nuestros hijos. Aunque, en algunos casos, la separación pueda estar
justificada por el deterioramiento general de las relaciones de la pareja y como
mal menor, lo cierto es que siempre hay un impacto emocional en los pequeños.
Cuando es posible, lo ideal es que ambos padres compartan
estrategias comunes respecto a la educación de los hijos y mantengan una
relación tranquila y amistosa. El mensaje que deben recibir los hijos es que
ambas figuras de vinculación comparten unos mismos principios y que van a
seguir a su lado afectivamente independientemente que ahora vivan separados,
tengan sus diferencias y estén sujetos al convenio de separación que hayan
alcanzado legalmente. Para alcanzar estos objetivos es esencial dar la
imagen de unidad en las cuestiones fundamentales que atañen a los hijos.
También se hace necesario evitar los errores comunes que
algunos padres cometen tras la separación. Entre otros:
-Utilizar
al hijo como aliado en contra del otro o como herramienta de chantaje.
-Hablar
mal del otro o culpabilizarle. Evitar la manipulación emocional.
-Intentar
comprar su afecto o compensarle con excesivos premios o regalos materiales lo
que puede suponer un agravio hacia la otra persona y una relación que al final
se fundamenta más en lo material que en lo afectivo.
-Crear
dudas acerca de su futuro o entrar en contradicciones con lo que le manifiesta
la otra parte al hijo.
-No
engañarlo. Según su edad, el niño tiene derecho a saber cual es la situación y
cual su futuro.
-Evitar
nuevas discusiones delante de los hijos ya sean presenciales o por teléfono.
-Si
el hijo/os están en régimen de compartidos, suavizar la transición de un hogar
al otro. Lo ideal sería compartir espacios comunes durante algún tiempo. Por
ejemplo, cuando toque el cambio de una casa a la otra, los progenitores
separados pueden quedar en un espacio público y compartir brevemente
información de las novedades que se han producido en el día a día de los niños.
Esto puede dar tranquilidad a los niños en el sentido de que ven que ambas
partes comparten el interés por ellos.
Sea como fuere, los hijos de padres separados deben ser
ayudados emocionalmente y debemos reforzar el trabajo de vinculación siguiendo
las pautas que más adelante se exponen.
c)
Familias monoparentales
Este tipo de familias también ha visto incrementado su
número en la sociedad actual. Diversas son las circunstancias. Desde parejas
separadas en la que la madre se hace cargo en exclusiva de los hijos a mujeres
que han decidido ser madres sin una pareja estable por inseminación artificial.
Son familias que también deberán trabajar adecuadamente los
procesos de vinculación dado que uno de los progenitores no está presente. Ello
puede suponer un reto para, generalmente la madre, dado que tendrá que
compaginar el tiempo empleado para generar los ingresos necesarios para
subsistir con la dedicación suficiente hacia su hijo o hijos.
Si los espacios que tenemos con nuestro hijo son mínimos
sólo podremos compensarle intentando mejorar la calidad de esa relación. Es
decir, acompañándolo en sus juegos, escuchándole y haciéndole ver que aunque no
estemos todo el tiempo con él, seguimos ahí para cuando nos necesite. Hoy en
día podemos aprovechar la telefonía móvil y otras para comunicarnos en la
distancia. De todas formas, los tiempos necesarios nos los marcan siempre los
niños y sus circunstancias pasadas y presentes. Debemos ser sensibles a sus
demandas.
Un error que debemos evitar y que suele darse en este tipo
de familias es el de la sobreprotección o excesiva dependencia de una persona.
No hay que confundir dar atención afectiva y soporte emocional incondicional
con crear una estructura de funcionamiento donde el niño se le impide realizar
determinadas actividades por temores irracionales de los adultos (según edad:
no realizar determinadas actividades potencialmente “peligrosas” como ir a la
piscina con la escuela, no efectuar salidas que no sean con la madre, etc.).
Debemos ser capaces de proporcionar seguridad y afecto pero también autonomía.
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