Los estilos de vida actuales suponen nuevos retos para los
padres pero también para los profesionales de la salud mental infantil.
Actualmente podemos afirmar con contundencia que muchos de
los problemas que son motivo de consulta frecuente en los gabinetes de
psicología infantil tienen su origen y se mantienen a partir de determinadas
dinámicas y vivencias familiares. El niño que reclama constantemente la
atención de los padres, el oposicionista, el que enferma a menudo, el que de
repente deja de sacar buenas notas, entre otras situaciones, pueden ser el
reflejo de un malestar emocional en el niño o desatención afectiva que no
encuentra cauce de expresión por otras vías más normalizadas. Ya no hay ninguna duda respecto al hecho de que la salud
mental en niños y adolescentes (también adultos) está condicionada en gran
medida por la cantidad y calidad de las relaciones afectivas que como padres
hemos sido capaces de construir con nuestros hijos desde la más temprana
infancia. No obstante, parece que la sociedad moderna no fomenta ni siquiera
valora con la importancia que se merece este hecho.
Hay un primer factor relevante y recurrente en la familia
actual: “la falta de tiempo para estar con los hijos”. Muchos padres justifican
así el hecho de que no hayan atendido debidamente las necesidades afectivas de
sus hijos desde las etapas más tempranas. Las consecuencias, si además se dan
otros factores asociados (separaciones, malos tratos, problemas económicos...)
pueden ser nefastas para integridad emocional del niño.
Un
segundo factor a considerar es la poca capacitación de los padres. Muchos de
ellos quizás pertenecen, a su vez, a entornos donde tampoco recibieron una
atención afectiva suficiente y, por tanto, se les privó del aprendizaje acerca
de cual era la mejor forma de educar e interaccionar con los hijos.
Un tercer factor lo podemos situar sobre circunstancias
sobrevenidas, a veces imprevistas, como los problemas de trabajo, económicos,
de relación en la pareja, etc. Estos factores pueden empeorar significativamente
la calidad de las relaciones entre los miembros de la familia y crear un
ambiente de inseguridad que puede resultar muy dañino para los más pequeños.
Evidentemente, cada niño es un mundo y así lo es la forma en
que cada uno de ellos va a exteriorizar su malestar o desatención afectiva. Sea
como fuere, si somos capaces de fortalecer los vínculos afectivos, aún en las
situaciones difíciles, conseguiremos minimizar el riesgo de problemas
emocionales y de conducta en el futuro.
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