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lunes, 23 de noviembre de 2015

Las Formas Internas

La gatha de «Cómo conocer la mejor forma de vivir solo» se inicia con la estrofa: «No persigáis el pasado». «Perseguir el pasado» significa lamentar lo que ya ha ocurrido en el pasado. Lamentamos haber perdido las bellas cosas del pasado de las que ya no disfrutamos en el presente. El Buda comenta esta estrofa diciendo: «Cuando alguien piensa en cómo era su cuerpo en el pasado, en qué sentía en el pasado, en las percepciones que tenía en el pasado, en cómo eran sus factores mentales en el pasado, y en cómo era su conciencia en el pasado; cuando piensa en todo eso y su mente se apega a esas cosas del pasado y se deja esclavizar por ellas, esa persona está persiguiendo el pasado».

El Buda nos enseñó que no hemos de perseguir el pasado porque «el pasado ha dejado de ser». Cuando nos perdemos en pensamientos sobre el pasado, nos estamos perdiendo el presente. La vida sólo existe en el momento presente. Perdernos el presente es perdernos la vida. El Buda nos lo explicó con una gran claridad: hemos de despedirnos del pasado para regresar al presente. Regresar al presente es estar en contacto con la vida.

¿Qué dinámica de nuestra conciencia es la que nos impulsa a volver al pasado y a vivir con las imágenes que rememoramos de él? Las fuerzas de las que se compone están construidas por las formaciones internas (en sánscrito, samyójana), los factores mentales que surgen en nosotros y que nos atan al pasado. Las cosas que vemos, oímos, olemos, saboreamos, tocamos, imaginamos o pensamos pueden también generar en nosotros formaciones internas: como el deseo, la irritación, la ira, la confusión, el miedo, la ansiedad, la desconfianza y otras emociones parecidas. Las formaciones internas están presentes en el fondo de la conciencia de cada uno de nosotros.

Las formaciones internas influyen en nuestra conciencia y en nuestra conducta diaria. Nos hacen pensar, decir y hacer cosas de las que ni siquiera somos conscientes. Como nos impulsan a actuar así, se llaman también ataduras, porque nos obligan a actuar de determinadas maneras.

En los comentarios se suelen mencionar nueve clases de formaciones internas: el deseo, el odio, la arrogancia, la ignorancia, las ideas falsas, el apego, la duda, la envidia y el egoísmo. La ignorancia, la falta de claridad mental, es la formación interna principal. Es el material burdo del que están hechas las otras formaciones internas. Aunque haya nueve, como el «deseo» normalmente se cita en primer lugar, suele utilizarse para representar a todas las formaciones internas. En el Kaccana-Bhaddekaratta el monje Kaccana explica:

Amigos míos, ¿qué significa el pasado? Morar en el pasado significa alguien que piensa: «En el pasado mis ojos eran de esta manera y la forma (con la que mis ojos estaban en contacto), de aquella otra» y, al pensar así, es presa del deseo. Y al ser presa de él, experimenta un anhelo. Y esta sensación le hace permanecer en el pasado.

El comentario de Kaccana podría hacernos pensar que la única formación interna que nos ata al pasado es el deseo. Pero cuando Kaccana se refiere al «deseo» lo está usando para representar a todas las formaciones internas: el odio, la duda, la envidia y las restantes. Todas ellas nos atan y nos mantienen sujetos al pasado.


A veces el simple hecho de oír el nombre de alguien que se portó mal con nosotros hace que nuestras formaciones internas de aquella época nos lleven automáticamente al pasado y que revivamos el sufrimiento padecido. El pasado es el hogar tanto de los recuerdos dolorosos como de los recuerdos felices. Dejarse absorber por el pasado es estar muerto al momento presente. No resulta fácil desprendernos del pasado y volver a vivir en el momento presente. Cuando intentemos hacerlo, hemos de resistirnos a la fuerza de las formaciones internas que hay en nosotros. Hemos de aprender a transformarlas, para tener la libertad de poder estar atentos al momento presente.



Fuente: Thich Nhat Hanh, 'Cita con la vida; el arte de vivir en el presente'.

viernes, 20 de noviembre de 2015

La riqueza de la vida espiritual procede de vivir solos

La riqueza de la vida espiritual procede de vivir solos.

Si vivimos en el olvido, si nos perdemos en el pasado o en el futuro, si nos dejamos arrastrar por nuestros deseos, ira e ignorancia, no podremos vivir cada momento de nuestra vida profundamente. No estaremos en contacto con lo que ocurre en el momento presente y nuestras relaciones con los demás se volverán superficiales y se empobrecerán.

Algunos días nos sentimos vacíos, exhaustos y tristes, no somos realmente nosotros mismos. En esos días, por más que intentemos estar en contacto con los demás, nuestros esfuerzos serán inútiles. Cuanto más lo intentamos, menos lo logramos. Cuando esto nos ocurra hemos de dejar de intentar estar en contacto con el mundo exterior y volver a entrar en contacto con nosotros mismos, para «estar solos». Hemos de cerrar la puerta a la sociedad, regresar a nosotros mismos y practicar la respiración consciente, observando a fondo lo que ocurre tanto en nuestro interior como a nuestro alrededor. Aceptamos todos los fenómenos que observamos, les decimos «hola» y les sonreímos. Y nos dedicamos a hacer cosas sencillas, como meditar andando o sentados, lavar la ropa, barrer el suelo, preparar el té o limpiar el cuarto de baño, con plena consciencia. De este modo recuperaremos la riqueza de nuestra vida espiritual.

El Buda era alguien que vivía una vida despierta, que vivía constantemente en el momento presente de una forma relajada y estable. Era una persona rica, rica en libertad, alegría, comprensión y amor. Aunque estuviera sentado en el rocoso peñasco del Monte del Buitre, a la sombre del bosquecillo de cañas de bambú del monasterio de Venuvana o bajo el tejado de paja de su cabaña en Jetavana, el Buda era el Buda, una persona serena, satisfecha y parca en palabras. Cualquiera podía ver que su presencia fomentaba en gran medida la armonía de la comunidad. Era el principal pilar para ella. Para los monjes y monjas, el simple hecho de saber que él estaba cerca influía activamente en la comunidad. Muchos discípulos del Buda, incluyendo los cientos de discípulos veteranos que tenía, inspiraban una confianza parecida en quienes los observaban. El rey Prasenajit de Kosala dijo en una ocasión al Buda que lo que le hacía confiar tanto en él era el modo de vivir pausado, sereno y feliz de los monjes y monjas que practicaban bajo su guía.

Si vivimos de manera consciente, dejaremos de ser pobres, porque nuestra práctica de vivir en el momento presente nos hace ser ricos en alegría, paz, comprensión y amor. Aunque nos encontremos con una persona pobre de espíritu, podemos observarla en profundidad y llegar hasta el fondo de su ser y ayudarla con eficacia.

Cuando vemos una película malsana o leemos una mala novela, si ya somos pobres de corazón y de mente, y débiles en consciencia, esa película o ese libro nos irritarán y empobrecerán más aún. Pero si somos ricos en consciencia, descubriremos lo que yace en el fondo de esa película o novela. Probablemente veremos en profundidad el mundo interior del director de la película o del autor de la novela. Al observarlas con la mirada de un crítico literario o cinematográfico, veremos cosas que la mayoría de la gente no ve, e incluso una película o un libro malos podrán enseñarnos algo. Así, no nos empobreceremos al ver la película o al leer el libro. Al ser plenamente conscientes de cada detalle del momento presente, somos capaces de aprovecharlo. Ésta es la mejor forma de todas de vivir solo.





Fuente: Thich Nhat Hanh, ‘Cita con la vida; el arte de vivir en el presente’. 

domingo, 8 de noviembre de 2015

La Disciplina Positiva, proviene de Alfred Adler

La disciplina positiva es una corriente en educación que surge del psiquiatra Alfred Adler, discípulo de Freud, a través del desarrollo que realiza Rudolf Dreikus y la aplicación realizada por las psicólogas Jane Nelsen y Lynn Lottbasados.

En un principio las bases de ambas corrientes son diversas, ya que Adler procede del psicoanálisis y su trabajo parte de elementos cognitivos. Según dice Jane Nelsen: «Los niños que se portan mal son “niños desanimados” que tienen ideas erróneas sobre la manera de lograr su objetivo primario de pertenecer». El subrayado es mío, para dejar claro que estamos ante un sistema interpretativo basado en las “ideas”, cogniciones de la persona, distante en sus presupuestos del sistema emocional.
Sin embargo, la distancia de las raíces no lo es en las consecuencias prácticas, y la disciplina positiva y la educación emocional tienen muchos puntos de contacto. Eso es lo que querría dejar evidente en este post: las coincidencias tan sustanciales y todo el camino en común que realizan ambas corrientes.
  1. Todas las ideas de respeto son comunes a ambos sistemas. Respeto al niño como sujeto de sus acciones. Con el respeto se establece la base para el desarrollo de la autonomía de cada persona.
  2. Para la disciplina positiva la pertenencia es la clave de interpretación del funcionamiento social de las personas. Para la educación emocional la necesidad de vínculo y pertenencia es la necesidad que viene inmediatamente después de las necesidades fisiológicas básicas en la pirámide de necesidades. La coincidencia en insistir en el punto es muy grande, por ejemplo, la disciplina positiva dice: «Lo importante no es ganar a los niños, sino ganárselos, para ello el adulto debe invertir tiempo en motivar y enseñar competencias esenciales para la vida» (Dreikus).
  3. Se comparte la misma idea de trabajar la responsabilidad, que mira al futuro, y no la culpa, que mira al pasado.
  4. La mirada positiva llena de atención y curiosidad hacia el niño, es una actitud que promueve la disciplina positiva. Para la educación emocional se trataría de la actitud de aceptación positiva. Para ambos sistemas una actitud esencial de los docentes que permite la educación. La clave y el punto de coincidencia, sería confianza en el alumno.
  5. Involucrar al niño en las soluciones. Dar al alumno capacidad real de decidir. Esto es también un punto de coincidencia: hacer al alumno protagonista real de su aprendizaje.
  6. No utilizar el castigo, dice la disciplina positiva. Esto la educación emocional lo dice del siguiente modo: no establezcas tu relación sobre el miedo, sino sobre el cariño y la confianza. Ambas corrientes coinciden de nuevo en este punto. Ambas han sido precursoras de cambios que la educación ya ha incorporado.
La conclusión que yo saco es que a lo largo del siglo XX la psicología y la pedagogía han alcanzado un gran desarrollo con muchos puntos coincidentes, desarrollo. Básicamente un mayor conocimiento de la persona ha llevado a establecerla como sujeto activo de su aprendizaje, a través de muchos modos prácticos, que son las diversas corrientes.
La educación no puede dejar de incorporar todos esos avances que constituyen actualmente competencias imprescindibles para los profesores. La educación del siglo XXI no puede seguir enseñando con sistemas del siglo XIX sin incorporar todos los avances del XX.
En el caso concreto que nos concierne, la disciplina positiva, mi opinión es que la Educación Emocional tiene una base antropológica más rica y con muchos más matices, una concepción de la persona humana más amplia y por ello proporciona una mejor base para la educación. Los fenómenos emocionales son parte central de lo adquirido en el siglo XX por la psicología y la educación, y aunque la disciplina positiva los respeta exquisitamente y los utiliza como indicadores, debido a sus raíces aún no los incluye como elemento central del sistema.


Fuente: https://antonioesquivias.wordpress.com/2014/10/27/la-educacion-emocional-y-la-disciplina-positiva-de-alfred-adler/

5 Criterios para una Disciplina Efectiva

5 Criterios para una disciplina efectiva

  1. Ayuda a los niños a tener un sentido de conexión. (Pertenencia y significado).
  2. Es respetuosa y alentadora. (Amable y firme al mismo tiempo).
  3. Es efectiva a largo plazo. (Considera lo que el niño está pensando, sintiendo, aprendiendo y decidiendo acerca de sí mismo y de su mundo y qué hacer en el futuro para sobrevivir o prosperar).
  4. Enseña importantes habilidades sociales y de vida. (Respeto, preocupación por los demás, solución de problemas y cooperación, así como las habilidades para contribuir en su hogar, su escuela o su comunidad).
  5. Invita a los niños a descubrir sus capacidades. (Alienta el uso constructivo del poder personal y la autonomía).


¿Para qué nos sirve como padres?
Disciplina Positiva nos sirve para desarrollar relaciones sanas basadas en el amor y el respeto mutuo que promueven una convivencia familiar exitosa y además nos sirve para:
  • Propiciar relaciones basadas en el amor y respeto mutuo
  • Prevenir y corregir malas conductas
  • Ayudar a los niños a sentirse conectados
  • Establecer firmeza y amabilidad al mismo tiempo 
  • Lograr efectividad a largo plazo
  • Enseñar habilidades sociales y de vida
  • Invitar a los niños a descubrir sus capacidades
  • Enfocarnos en soluciones y no en castigos
  • Tomar los errores como oportunidades de aprendizaje
  • Enseñar a enfrentar y resolver problemas
  • Hacer niño/as más amorosos, sociables y cooperativos


¿Qué soluciona?
Como Disciplina Positiva es una metodología basada en principios humanistas, sirve para solucionar todos los desafíos de crianza que los padres enfrentamos en el día a día, tales como:
  • Berrinches y mal comportamiento
  • Peleas entre hermanos
  • Luchas de poder y desobediencia
  • Problemas a la hora del sueño
  • Problemas alimenticios
  • Conflictos para llevar rutinas
  • Rebeldía en la adolescencia
  • Y todas las cuestiones relacionadas a la crianza




lunes, 2 de noviembre de 2015

El sentido del sufrimiento

El sentido del sufrimiento


Cuando uno se enfrenta con una situación inevitable, insoslayable, siempre que uno tiene que enfrentarse a un destino que es imposible cambiar, por ejemplo, una enfermedad incurable, un cáncer que no puede operarse, precisamente entonces se le presenta la oportunidad de realizar el valor supremo, de cumplir el sentido más profundo, cual es el del sufrimiento. Porque lo que más importa de todo es la actitud que tomemos hacia el sufrimiento, nuestra actitud al cargar con ese sufrimiento.
Citaré un ejemplo muy claro: en una ocasión, un viejo doctor en medicina general me consultó sobre la fuerte depresión que padecía. No podía sobreponerse a la pérdida de su esposa, que había muerto hacía dos años y a quien él había amado por encima de todas las cosas. ¿De qué forma podía ayudarle? ¿Qué decirle? Pues bien, me abstuve de decirle nada y en vez de ello le espeté la siguiente pregunta: "¿Qué hubiera sucedido, doctor, si usted hubiera muerto primero y su esposa le hubiera sobrevivido?" "¡Oh!", dijo, "¡para ella hubiera sido terrible, habría sufrido muchísimo!" A lo que le repliqué: "Lo ve, doctor, usted le ha ahorrado a ella todo ese sufrimiento; pero ahora tiene que pagar por ello sobreviviendo y llorando su muerte."
No dijo nada, pero me tomó la mano y, quedamente, abandonó mi despacho. El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio.
Claro está que en este caso no hubo terapia en el verdadero sentido de la palabra, puesto que, para empezar, su sufrimiento no era una enfermedad y, además, yo no podía dar vida a su esposa. Pero en aquel preciso momento sí acerté a modificar su actitud hacia ese destino inalterable en cuanto a partir de ese momento al menos podía encontrar un sentido a su sufrimiento.
Uno de los postulados, básicos de la logoterapia estriba en que el interés principal del hombre no es encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida, razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga un sentido.
Ni que decir tiene que el sufrimiento no significará nada a menos que sea absolutamente necesario; por ejemplo, el paciente no tiene por qué soportar, como si llevara una cruz, el cáncer que puede combatirse con una operación; en tal caso sería masoquismo, no heroísmo.
La psicoterapia tradicional ha tendido a restaurar la capacidad del individuo para el trabajo y para gozar de la vida; la logoterapia también persigue dichos objetivos y aún va más allá al hacer que el paciente recupere su capacidad de sufrir, si fuera necesario, y por tanto de encontrar un sentido incluso al sufrimiento. En este contexto, Edith Weisskopf-Joelson, catedrática de psicología de la Universidad de Georgia, en su artículo sobre logoterapia4 defiende que "nuestra filosofía de la higiene mental al uso insiste en la idea de que la gente tiene que ser feliz, que la infelicidad es síntoma de desajuste. Un sistema tal de valores ha de ser responsable del hecho de que el cúmulo de infelicidad inevitable se vea aumentado por la desdicha de ser desgraciado". En otro ensayo5 expresa la esperanza de que la logoterapia "pueda contribuir a actuar en contra de ciertas tendencias indeseables en la cultura actual estadounidense, en la que se da al que sufre incurablemente una oportunidad muy pequeña de enorgullecerse de su sufrimiento y de considerarlo enaltecedor y no degradante", de forma que "no sólo se siente desdichado, sino avergonzado además por serlo".
Hay situaciones en las que a uno se le priva de la oportunidad de ejecutar su propio trabajo y de disfrutar de la vida, pero lo que nunca podrá desecharse es la inevitabilidad del sufrimiento. Al aceptar el reto de sufrir valientemente, la vida tiene hasta el último momento un sentido y lo conserva hasta el fin, literalmente hablando. En otras palabras, el sentido de la vida es de tipo incondicional, ya que comprende incluso el sentido del posible sufrimiento.
Traigo ahora a la memoria lo que tal vez constituya la experiencia más honda que pasé en un campo de concentración. Las probabilidades de sobrevivir en uno de estos campos no superaban la proporción de 1 a 28 como puede verificarse por las estadísticas. No parecía posible, cuanto menos probable, que yo pudiera rescatar el manuscrito de mi primer libro, que había escondido en mi chaqueta cuando llegué a Auschwitz. Así pues, tuve que pasar el mal trago y sobreponerme a la pérdida de mi hijo espiritual. Es más, parecía como si nada o nadie fuera a sobrevivirme, ni un hijo físico, ni un hijo espiritual, nada que fuera mío. De modo que tuve que enfrentarme a la pregunta de si en tales circunstancias mi vida no estaba huérfana de cualquier sentido.
Aún no me había dado cuenta de que ya me estaba reservada la respuesta a la pregunta con la que yo mantenía una lucha apasionada, respuesta que muy pronto me sería revelada. Sucedió cuando tuve que abandonar mis ropas y heredé a cambio los harapos de un prisionero que habían enviado a la cámara de gas nada más poner los pies en la estación de Auschwitz. En vez de las muchas páginas de mi manuscrito encontré en un bolsillo de la chaqueta que acababan de entregarme una sola página arrancada de un libro de oraciones en hebreo, que contenía la más importante oración judía, el Shema Yisrael. ¿Cómo interpretar esa "coincidencia" sino como el desafío para vivir mis pensamientos en vez de limitarme a ponerlos en el papel?
Un poco más tarde, según recuerdo, me pareció que no tardaría en morir. En esta situación crítica, sin embargo, mi interés era distinto del de mis camaradas. Su pregunta era: "¿Sobreviviremos a este campo? Pues si no, este sufrimiento no tiene sentido." La pregunta que yo me planteaba era algo distinta: "¿Tienen todo este sufrimiento, estas muertes en torno mío, algún sentido? Porque si no, definitivamente, la supervivencia no tiene sentido, pues la vida cuyo significado depende de una casualidad —ya se sobreviva o se escape a ella— en último término no merece ser vivida."



4. Edith Weisskopf-Joelson, Same Comments on a Viennese School of Psychiatry. "The Journal of Abnormal and Social Psychology", vol.  51., pp. 701-3 (1955).
5. Edith Weisskopf-Joelson, Logotherapy and Existencial Análisis, "Acta psychotherap.", vol. 6, pp. 193-204 (1958).

Vacío Existencial, por V. Frankl

El vacío existencial


El vacío existencial es un fenómeno muy extendido en el siglo XX. Ello es comprensible y puede deberse a la doble pérdida que el hombre tiene que soportar desde que se convirtió en un verdadero ser humano. Al principio de la historia de la humanidad, el hombre perdió algunos de los instintos animales básicos que conforman la conducta del animal y le confieren seguridad; seguridad que, como el paraíso, le está hoy vedada al hombre para siempre: el hombre tiene que elegir; pero, además, en los últimos tiempos de su transcurrir, el hombre ha sufrido otra pérdida: las tradiciones que habían servido de contrafuerte a su conducta se están diluyendo a pasos agigantados. Carece, pues, de un instinto que le diga lo que ha de hacer, y no tiene ya tradiciones que le indiquen lo que debe hacer; en ocasiones no sabe ni siquiera lo que le gustaría hacer. En su lugar, desea hacer lo que otras personas hacen (conformismo) o hace lo que otras personas quieren que haga (totalitarismo).
Mi equipo del departamento neurológico realizó una encuesta entre los pacientes y los enfermos del Hospital Policlínico de Viena y en ella se reveló que el 55 % de las personas encuestadas acusaban un mayor o menor grado de vacío existencial. En otras palabras, más de la mitad de ellos habían experimentado la pérdida del sentimiento de que la vida es significativa.
Este vacío existencial se manifiesta sobre todo en un estado de tedio. Podemos comprender hoy a Schopenhauer cuando decía que, aparentemente, la humanidad estaba condenada a bascular eternamente entre los dos extremos de la tensión y el aburrimiento. De hecho, el hastío es hoy causa de más problemas que la tensión y, desde luego, lleva más casos a la consulta del psiquiatra. Estos problemas se hacen cada vez más críticos, pues la progresiva automatización tendrá como consecuencia un gran aumento del promedio de tiempo de ocio para los obreros. Lo único malo de ello es que muchos quizás no sepan qué hacer con todo ese tiempo libre recién adquirido.
Pensemos, por ejemplo, en la "neurosis del domingo", esa especie de depresión que aflige a las personas conscientes de la falta de contenido de sus vidas cuando el trajín de la semana se acaba y ante ellos se pone de manifiesto su vacío interno. No pocos casos de suicidio pueden rastrearse hasta ese vacío existencial. No es comprensible que se extiendan tanto los fenómenos del alcoholismo y la delincuencia juvenil a menos que reconozcamos la existencia del vacío existencial que les sirve de sustento. Y esto es igualmente válido en el caso de los jubilados y de las personas de edad.
Sin contar con que el vacío existencial se manifiesta enmascarado con diversas caretas y disfraces. A veces la frustración de la voluntad de sentido se compensa mediante una voluntad de poder, en la que cabe su expresión más primitiva: la voluntad de tener dinero. En otros casos, en que la voluntad de sentido se frustra, viene a ocupar su lugar la voluntad de placer. Esta es la razón de que la frustración existencial suele manifestarse en forma de compensación sexual y así, en los casos de vacío existencial, podemos observar que la libido sexual se vuelve agresiva.
Algo parecido sucede en las neurosis. Hay determinados tipos de mecanismos de retroacción y de formación de círculos viciosos que trataré más adelante. Sin embargo una y otra vez se observa que esta sintomatología invade las existencias vacías, en cuyo seno se desarrolla y florece. En estos pacientes el síntoma que tenemos que tratar no es una neurosis noógena. Ahora bien, nunca conseguiremos que el paciente se sobreponga a su condición si no complementamos el tratamiento psicoterapéutico con la logoterapia, ya que al llenar su vacío existencial se previene al paciente de ulteriores recaídas. Así pues, la logoterapia está indicada no sólo en los casos noógenos como señalábamos antes, sino también en los casos psicógenos y, sobre todo, en lo que yo he denominado "(pseudo)neurosis somatógenas". Desde esta perspectiva se justifica la afirmación que un día hiciera Magda B. Arnold2: "Toda terapia debe ser, además, logoterapia, aunque sea en un grado mínimo."


Fuente: Viktor Frankl, ‘El hombre en busca de sentido’.



2Magda B. Arnold y John A. Gasson, "The Human Person, The Ronald Press Company, Nue­va York, 1954, p. 618.

Sensación, Emoción y Sentimiento

Los sentimientos son un camino para encontrar y contactar con las áreas de sentido en nuestra vida, de ahí la importancia de trabajar y profundizar en ellos ya que mientras más capacidad de sentir tenga la persona, más autoconocimiento y crecimiento de sí misma tendrá.

¿Qué es una sensación? Es la reacción fisiológica que deja huella en el cuerpo. Al hablar de sentimientos forzosamente tenemos que hablar de las sensaciones que lo acompañan.

¿Qué es una emoción? Es un sentimiento breve, de aparición abrupta y corta, tienen q ver con la sobrevivencia, no son aprendidas, tiene manifestaciones físicas conscientes. No sabes distinguirlas del sentimiento por su brevedad. Su objetivo es la supervivencia y el desarrollo.

¿Qué es un sentimiento? Es más prolongado y suave que la emoción, tiene que ver con una experiencia cognitiva, dependen de la cultura, algunas creencias los pueden bloquear. Un sentimiento es una sensación corporal que la persona interpreta y concretiza, bautiza con un nombre desde su experiencia, cultura, creencias. Es una percepción de un determinado estado del cuerpo junto con la percepción de un determinado modo de pensar y concebir lo que nos pasa.

Características sentimientos: son amorales, (no son ni buenos ni malos), espontáneos (queramos o no sentimos, no los pensamos), pertenecen a la condición humana, tienen duración e intensidad, siempre son indicadores de una necesidad, son únicos e irrepetibles, comunican de manera no verbal generalmente, diversos, informan de aquello que es significativo, motivan y organizan la acción, clarifican el pensamiento y la toma de decisiones, generadores de comportamientos éticos, favorecen el autoconocimiento. Los sentimientos me dan dignidad.



Fuente: Alejandro Unikel y Adriana León Portilla (2013, SMAEL).