La riqueza de
la vida espiritual procede de vivir solos.
Si vivimos en el olvido, si nos perdemos
en el pasado o en el futuro, si nos dejamos arrastrar por nuestros deseos, ira
e ignorancia, no podremos vivir cada momento de nuestra vida profundamente. No
estaremos en contacto con lo que ocurre en el momento presente y nuestras
relaciones con los demás se volverán superficiales y se empobrecerán.
Algunos días nos sentimos vacíos,
exhaustos y tristes, no somos realmente nosotros mismos. En esos días, por más
que intentemos estar en contacto con los demás, nuestros esfuerzos serán
inútiles. Cuanto más lo intentamos, menos lo logramos. Cuando esto nos ocurra
hemos de dejar de intentar estar en contacto con el mundo exterior y volver a
entrar en contacto con nosotros mismos, para «estar solos». Hemos de cerrar la
puerta a la sociedad, regresar a nosotros mismos y practicar la respiración
consciente, observando a fondo lo que ocurre tanto en nuestro interior como a
nuestro alrededor. Aceptamos todos los fenómenos que observamos, les decimos
«hola» y les sonreímos. Y nos dedicamos a hacer cosas sencillas, como meditar
andando o sentados, lavar la ropa, barrer el suelo, preparar el té o limpiar el
cuarto de baño, con plena consciencia. De este modo recuperaremos la riqueza de
nuestra vida espiritual.
El Buda era alguien que vivía una vida
despierta, que vivía constantemente en el momento presente de una forma
relajada y estable. Era una persona rica, rica en libertad, alegría,
comprensión y amor. Aunque estuviera sentado en el rocoso peñasco del Monte del
Buitre, a la sombre del bosquecillo de cañas de bambú del monasterio de
Venuvana o bajo el tejado de paja de su cabaña en Jetavana, el Buda era el
Buda, una persona serena, satisfecha y parca en palabras. Cualquiera podía ver
que su presencia fomentaba en gran medida la armonía de la comunidad. Era el
principal pilar para ella. Para los monjes y monjas, el simple hecho de saber
que él estaba cerca influía activamente en la comunidad. Muchos discípulos del
Buda, incluyendo los cientos de discípulos veteranos que tenía, inspiraban una confianza
parecida en quienes los observaban. El rey Prasenajit de Kosala dijo en una
ocasión al Buda que lo que le hacía confiar tanto en él era el modo de vivir
pausado, sereno y feliz de los monjes y monjas que practicaban bajo su guía.
Si vivimos
de manera consciente, dejaremos de ser pobres, porque nuestra práctica de vivir
en el momento presente nos hace ser ricos en alegría, paz, comprensión y amor.
Aunque nos encontremos con una persona pobre de espíritu, podemos observarla en
profundidad y llegar hasta el fondo de su ser y ayudarla con eficacia.
Cuando
vemos una película malsana o leemos una mala novela, si ya somos pobres de
corazón y de mente, y débiles en consciencia, esa película o ese libro nos
irritarán y empobrecerán más aún. Pero si somos ricos en consciencia,
descubriremos lo que yace en el fondo de esa película o novela. Probablemente
veremos en profundidad el mundo interior del director de la película o del
autor de la novela. Al observarlas con la mirada de un crítico literario o
cinematográfico, veremos cosas que la mayoría de la gente no ve, e incluso una
película o un libro malos podrán enseñarnos algo. Así, no nos empobreceremos al
ver la película o al leer el libro. Al ser plenamente conscientes de cada
detalle del momento presente, somos capaces de aprovecharlo. Ésta es la mejor
forma de todas de vivir solo.
Fuente:
Thich Nhat Hanh, ‘Cita con la vida; el arte de vivir en el presente’.
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