Los
psicólogos del desarrollo señalan que existen en realidad dos componentes para la
empatía: una reacción emocional hacia los demás, que normalmente se desarrolla
en los primeros seis años de la vida de un niño, y una reacción cognoscitiva,
que determina el grado en el que los niños de más edad son capaces de percibir
el punto de vista o la perspectiva de otra persona.
Podemos
observar una empatía emocional en la mayoría de los niños pequeños a lo largo
de su primer año de vida. Los bebés suelen darse vuelta para observar a otro niño
llorar y frecuentemente se pondrán a llorar también. El psicólogo del
desarrollo Martin Hoffman la denomina "empatía global" debido a la
incapacidad del niño para distinguir entre él mismo y su mundo, interpretando
la aflicción de cualquier otro bebé como propia.
Entre
la edad de uno y dos años, los niños ingresan en una segunda etapa de empatía
en la que pueden ver claramente que la congoja de otra persona no es la propia.
La mayoría de los niños de esa edad tratan en forma intuitiva de reducir la congoja
del otro. Sin embargo, debido a su desarrollo cognoscitivo inmaduro, no están
seguros de lo que deberían hacer exactamente, adquiriendo un estado de confusión
empática, tal como se ilustra en el siguiente ejemplo:
Sara
mostró esta confusión empática cuando su compañera de juego, Melanie, comenzó a
llorar repentinamente. Al principio, pareció que Sara comenzaría a llorar también,
pero luego se puso de pie, dejó los bloques con los que había estado jugando, y
comenzó a acariciar a Melanie.
Cuando
la madre de Melanie entró en la habitación y levantó a Melanie en sus brazos
para ver qué estaba ocurriendo, su hija no hizo más que sollozar más fuerte. Al
ver que Melanie seguía acongojada, pero al tener que hacerse cargo también de otra
persona, Sara comenzó a acariciar suavemente el brazo de la madre de Melanie.
Al decidir que Melanie estaba mojada, su madre se la llevó de la habitación,
dejando a Sara sola y aparentemente insatisfecha con los resultados de su
intercesión. Sara se acercó entonces a un oso de peluche y comenzó a acariciarlo,
acariciando también, de vez en cuando, su propio brazo.
Algunos
niños parecen nacer con más empatía que otros. Los psicólogos M. Radke- Yarrow
y A. Zahn-Waxler señalan en un estudio sobre niños de uno a dos años, que algunos
respondieron a la congoja de otros niños con una expresión de sentimientos
empáticos e intentos directos por ayudar, mientras que otros se limitaron a
observar y expresar más interés que preocupación. Un tercer grupo mostró una
reacción negativa ante el dolor de otros niños, algunos se retiraron de los que
estaban llorando y otros incluso regañaron o golpearon al niño que se lamentaba.
A
medida que sus capacidades perceptivas y cognoscitivas maduran, los niños aprenden
cada vez más a reconocer los diferentes signos de la congoja emocional del
otro, y son capaces de combinar su preocupación con conductas adecuadas.
A
los seis años comienza la etapa de la empatía cognoscitiva: la capacidad de ver
cosas desde la perspectiva de otra persona y actuar en consecuencia. Las capacidades
relacionadas con la adopción de una perspectiva le permiten a un niño saber
cuándo acercarse a un amigo desdichado y cuándo dejarlo tranquilo. La empatía
cognoscitiva no requiere de comunicación emocional (tal como el llanto), porque
un niño ya ha desarrollado entonces un punto de referencia o modelo interno
respecto de cómo puede sentirse una persona en una situación de congoja, ya sea
que lo demuestre o no.
Por
ejemplo, Kevin, de ocho años, decidió quedarse afuera del mercado de la esquina
mientras su madre hacía compras para la cena. Vio a una mujer, aproximadamente
de la edad de su abuela, cargada de bolsas de compras que se dirigía hacia la
puerta. En forma instintiva, él la abrió.
—Gracias,
jovencito, ¡qué dulce! —respondió la anciana a su gesto considerado.
Momentos
después, una joven madre se acercó a la puerta, llevando una bolsa de compras y
cargando un bebé arropado en los brazos. Kevin volvió a abrir rápidamente la
puerta y recibió el debido agradecimiento.
Luego
se acercó un hombre con un gorro de pintor sosteniendo una taza de café, otra
mujer mayor, y dos adolescentes charlando. Kevin le abrió la puerta a cada una
de las personas, y recibió el agradecimiento de cada una de ellas. Kevin estaba
en condiciones de imaginar la forma de sentir de estos individuos, aun cuando
no dijeran nada, y actuó en forma correspondiente. Estaba usando sus
capacidades de empatía cognoscitiva.
Hacia
el final de la niñez, entre los diez y los doce años, los niños expanden su empatía
más allá de aquellos a los que conocen u observan directamente, para incluir a
grupos de gente que no conocieron nunca. En esta etapa, denominada empatía
abstracta, los niños expresan su preocupación por gente que tiene menos ventajas
que ellos, ya sea que vivan en otra manzana o en otro país. Cuando los niños
hacen algo acerca de estas diferencias percibidas a través de actos caritativos
y altruistas, podemos suponer que han adquirido en forma completa la capacidad de
empatía del CE.
Fuente: Lawrence Shapiro. Inteligencia Emocional de los niños. Guía para padres sobre Inteligencia
Emocional.
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