Ser
padre o madre, es como la Gestalt: totalmente vivencial. Todo lo que yo haya
leído o me hayan contado alguna vez sobre la maternidad, no alcanza para
hacerme una idea real de cómo es ser madre. Yo lo viví como una gran crisis que
cambió toda mi vida, (para mejor).
De
hecho, ser madre de mi único hijo, Enzo, (4 años de edad), activó “algo” en mí,
una nueva versión del mundo, que tiene que ver con la trascendencia, con ser
una mejor persona y un buen referente para mi hijo. Maduré de pronto, me
pregunté qué quería en la vida, me di cuenta de todo el tiempo que había
perdido viviendo por vivir. De repente supe que el camino que había elegido era
el que yo quería seguir, y sentí mucha fuerza para caminarlo firmemente. Desperté.
Mi hijo me dio esa fuerza y esa seguridad para avanzar como paso firme. Le dio
sentido a mi vida. Se me activó la parte profesional, me volví muy productiva y
trabajadora. Y es que yo quería ser “alguien” para mi hijo.
La
tarea de ser mamá, no ha sido nada fácil. Ha sido la tarea más difícil que me
ha tocado desempeñar y hay escritos míos que evidencian esta angustia y
desesperación. Sobre todo, en la etapa de los 2 años de edad, que me fue muy
difícil de manejar, porque no entendía a mi hijo.
Sentí
la necesidad de escribirle muchas veces para que él pudiera leer esos escritos
cuando sea grande, y supiera las cosas que había, como una ayuda memoria de su
vida.
Aquí
algunos ejemplos:
“Querido Enzo: tienes 2 años y medio y
pareces un adolescente rebelde que quiere lograr su autonomía. A veces eres
dócil y obediente, otras, desafiante, autosuficiente, crees que puedes hacer
las cosas solo, y no me dejas ayudarte. No sé cómo tratarte”.
“Ya te saqué los pañales, aprendiste en una
semana, pero a veces creo que controlas con el tema de la orina. Te veo
retorciéndote y aguantándote y te pregunto si quieres ir al baño y me dices que
“No”. ¡Para mí, es evidente que “Sí”! te digo que vayamos, que yo también
quiero orinar. Te digo que tú primero y me dices que “No”. Me siento yo, y comienzas
a gritar como un loco “sal que yo quiero hacer…”, te digo que ya no puedo
pararme, que estoy a mitad de proceso, y te haces pipí frente a mí en los
pantalones. ¿Dime si no es para desquiciar a cualquiera?”
“A
veces las cosas son muy difíciles contigo.
Esa ambivalencia que tienes de primero decir no, después sí, después otra vez
no, ¡me desespera! Es como leí en un libro que me prestó tu profesora del nido,
como un “síndrome pre-menstrual permanente”…¡eso sí lo entiendo bien!, y viendo
las cosas de esa manera, ahora te tengo un poco más de paciencia…”
Debo
confesar que hasta que llegué a ésta etapa, había sido tolerante con el mundo,
tenía mucha paciencia, pero mi hijo me sobrepasó. Rompía mi armonía a cada
momento, y yo tuve que trabajar conmigo misma para que la situación pudiera ser
llevadera…y felizmente, lo logramos. La etapa pasó y vinieron otras, donde la
comunicación con mi hijo es mucho mejor y más divertida.
Y
así como vivo dificultades, también vivo cosas lindas y graciosas como:
“Querido Enzo: el otro día me hiciste reír
mucho. Te terminaste de lavar los dientes y refregaste el cepillo en el jabón
diciendo: “para no hablar palabras feas”… y lo más gracioso de todo, es que
después te lo metiste a la boca!”
“Regresé de la peluquería, y nadie había
notado algún cambio en mí, excepto yo. Me miraste deslumbrado y me dijiste:
“Mamita, ¿Dónde te has ido? ¿Por qué estás tan bonita?” Fue un momento sublime
para mí. ¡Te diste cuenta, te abracé y te llené de besos!”.
El
otro día me dijiste: “Mamá, soy el niño
más afortunado del mundo, porque cuántos niños quisieran que tú seas su manita,
y yo tuve suerte de que tú fueras mi mamá”.
“Mamá, yo te amo y te adoro del tamaño del
lago Titicaca”.
Bueno,
y luego de transcribir una pequeña muestra de mis escritos, quisiera compartir
algunas reflexiones sobre lo que significa para mí ser gestáltica y madre al
mismo tiempo.
1.- Ser terapeuta
gestáltica no me inmuniza de cometer errores.
He
aprendido en la práctica que soy un ser humano, que aprendo día a día a ser
mamá, y que los conocimientos de terapia que puede tener, a veces me sirven y a
veces no me dan resultado, sobre todo en los momentos de crisis o estrés, que
me olvido de todo lo que aprendí y actúo tal cual lo hicieron conmigo. Es algo que
he observado repentinamente: en tiempos de tranquilidad y armonía, la Gestalt y
todo lo aprendido, puede aplicarse perfectamente, pero cuando hay crisis,
emergencias, caos, estrés, mi árbol (genealógico) se impone, y cometo errores.
Soy
consciente también que por más bien que crea que le estoy haciendo a mi hijo,
lo voy a herir en algo, ya sea voluntaria o involuntariamente. Que la madre
perfecta no existe, y si existe, tal vez esa “perfección” sea la principal
causante de las heridas del hijo.
2.- Los límites: acto
de malabarismo.
Ser
una madre gestáltica hace que constantemente esté buscando el equilibrio entre
ponerle límites a mi hijo y dejarlo ser. Entre estimularle la imaginación, el
teatro, el juego, la creatividad y el restringirle los excesos de energía que
rebasan los límites de lo permitido. Es darle permiso para que exprese su
rabia, pero hasta cierto punto…sin pasarse de la raya.
Siempre
tuve la loca idea de que cuando sea madre, iba a ser muy amorosa y que le
pondría los límites a mi hijo con mucho amor y armonía, pero en la práctica, me
di cuenta de que eso no me funcionaba con mi hijo, porque no me obedecía. Le
daba muchas explicaciones de por qué tenía que hacer esto o aquello, y nada, no
me obedecía, y muy por el contrario, si hacía caso a las personas que lo hacían
más firmemente, y a veces con brusquedad. Y es que jamás me imaginé que tendría
un hijo tan independiente, rebelde y combativo…
Algo
que me ha funcionado muy bien, para que obedezca, es el juego. Hacer las cosas
jugando o bien hacer un espacio de juego con él, donde yo no proponga nada,
sino que me abandono a sus reglas, donde él disfruta, se ríe a carcajadas, lo
pasa bien, está satisfecho con ese tiempo de juego que necesita con su mamá y
en el momento en que vienen las obligaciones, la cosa es más llevadera, no
tiene tanto problema en obedecer, lavarse los dientes, o cambiarse.
3.- Mi hijo, mi
maestro.
Mi
hijo para mí, es un pequeño maestrito que me recuerda diariamente qué es lo
sano, y cuan neurótica puedo ser como adulta por darle mayor importancia, a
veces, a los parámetros que exige la sociedad para la crianza de los niños.
Ejemplo
de ello, es la alimentación. Cuando el chico está lleno, dice “ya no quiero”,
me llené. Pero los introyectos
sociales tipo “una buena madre tiene que alimentar bien a su hijo”, hace que no
respete su proceso y le lance un “tienes que comer”… o tenga que negociarle
“esto comes, y esto dejas” o “cómete la carne”…”, etc. ¿Por qué simplemente si
ya no quiere comer, no come?
Me
doy cuenta en mi hijo, de lo que es un ser espontáneo, puro. Lo observo
maravillada cómo se asombra, cómo disfruta de la música, cómo baila sin la
menor vergüenza, como se ríe a carcajadas, con todas sus ganas, cómo llora
desconsoladamente, y como se recupera con un abrazo y un beso de su papá o
mamá…pienso que los adultos tenemos mucho que aprender de los niños! Ahí es
cuando veo en vivo “el ciclo de la experiencia” de forma sana, sin
interrupciones de ningún tipo. Él está en contacto con su organismo, sabe lo que
necesita, lo pide, si no lo consigue se enoja, expresa abiertamente su rabia,
si quiere ir al baño, tiene que ir en ese momento y no puede esperar… ¡Es tan
sencillo y difícil al mismo tiempo!
4.- La importancia de
la “congruencia”.
He
observado en la práctica, cómo le enseño a mi hijo con el ejemplo. Si yo grito
como histérica, él también grita. Si yo
le doy manotazo, él me contesta el golpe con otro.
El
hará lo que yo haga, le diga lo que le diga. Si no quiero que grite, yo no
puedo gritar. Si no quiero que coma en la habitación, nadie en la casa lo puede
hacer tampoco. Esa congruencia entre lo que se dice y lo que se hace es
importantísima, y me recuerda a la importancia que se le da al lenguaje no
verbal en Gestalt. Lo que le queda a él como aprendizaje es lo que vivencia y
percibe a través de sus sentidos.
5.- La bendita culpa.
Algo
que me imagino le habrá pasado a los padres y terapeutas gestálticos, es tener
que dejar los hijos a cargo de otros, como familiares, mientras nosotros
hacemos maratones de fines de semana.
Es
a veces pasar varios fines de semana sin estar con mi hijo, y a veces dudo si
estoy haciendo lo correcto, pues mi hijo no volverá a ser pequeño, y pienso que
él debería ser la prioridad en mi vida. Pero también me gusta hacer terapia y
disfruto mucho de mi trabajo. La culpa por dejarlo ha sido un tema que algunas
veces me sigue persiguiendo, así sepa que él está perfectamente bien cuidado en
casa de familiares. Coincide que a veces se enferma cuando lo dejo encargado, y
esas “coincidencias”, para mí no son casualidades sino mensajes.
He
aprendido a equilibrar todo y a no cometer excesos. Si tengo un taller de fin
de semana, el lunes, compenso y la paso con mi hijo como sea. Si puedo faltar
al taller, encontrando un reemplazo, lo hago para pasar el fin de semana con mi
hijo. Si el taller es de sumo interés para mí, me organizo y lo dejo al cargo
de familiares. Voy compensando mis ausencias con calidad de tiempo, haciendo
cosas que no se olviden, como llevarlo al teatro, ir a un bonito parque, ir a
darle de comer a las palomas, que monte caballo, etc.
Y
así, aprendiendo de mis errores y aciertos, se me han ido pasando los años muy
rápidamente, y mirando hacia atrás, veo que no le he hecho tan mal, que tengo
un hijo precioso y vivaz, que es una bendición de Dios.
6.- El cambio
generacional.
De
hecho, estamos en otra época, antes los hijos obedecíamos y punto. Ahora, los
niños son diferentes, son más estimulados, más informados, más rebeldes, y
nosotros, como padres, con nuestra propia experiencia de crianza, hemos quedado
totalmente obsoletos en la forma de educar.
El
paradigma cambió y estamos en un limbo de no saber qué hacer. Lo veo en mis
colegas, en mis pacientes, en mis amigas, ¡que no saben qué hacer sobre todo
con sus hijos adolescentes! No saben qué hacer con la temprana curiosidad e
iniciación sexual. He oído repetir una y otra vez: “a su edad yo jugaba con
muñecas…”, no saben qué hacer con los problemas generados por el uso y abuso de
internet, etc.
Como
padres, nos queda ajustarnos creativamente a la nueva realidad social de nuestros
hijos, a tener la plena conciencia de que el mundo que les ha tocado vivir, es
diferente al nuestro, el de ellos cambia vertiginosamente año a año con una
rapidez que nosotros hemos vivido recién en décadas. Tenemos que aprender
juntos, padres e hijos a sobrevivir en estos tiempos e ir forjando un nuevo
tipo de educación, más humanista, donde exista mucho más comunicación y
aceptación de ambas partes.
He
aquí nuestra responsabilidad como gestálticos, de hacer un trabajo de hormiga,
primero con nosotros mismos, para transmitirlo luego a nuestros hijos, a otros
padres, a otros profesionales y al resto del mundo.
-Perú-
Fuente: “Ser padres
gestálticos”. Por: Ana Cecilia Sáenz Avalos. P. 19 – 24.
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